viernes, 5 de abril de 2024

Volví después de mucho tiempo...

Soy una mujer feliz.
Atravesé mil tormentas y muchos años de oscuridad hasta lograrlo.
 Soy la que, quizás a simple vista, tenía la vida que otros hubieran deseado pero que no lograba sentirse feliz ni satisfecha. Logré salir de esa zona de confort tan poco confortable de la queja y la tristeza y pasé a la acción y a la búsqueda de plenitud. Pude tomar las riendas de mi vida sin importar qué o a quiénes perdiera en el camino.
Soy la que odiaba la cocina pero aprendí que no muerde y me acerco con respeto a preparar mis platos sanos tratando de no perder el gps en el rumbo que me tracé hace un año para tener una alimentación sana y mejor calidad de vida. A veces me distraigo un poco pero mi voz interior me trae de vuelta recordándome el esfuerzo que realicé para ser esta nueva Gla de la que me siento orgullosa. Y vuelta a empezar. Una y otra vez, las veces que sean necesarias.
Soy esa que ya no permito que el auto boicot me desvíe de mis metas y proyectos, sino que lo transito, lo ubico y lo venzo logrando estar cada día un paso más cerca de mis sueños.
Tuve que caerme de cabeza al piso, literalmente, para resetearme. Ese episodio fue un espejo en el que me miré realmente por primera vez en mi vida. Perder el control sobre mí misma y observarme desde afuera como si se tratara de otra persona fue muy movilizante. Mucho más que la sangre que corrió por mi cabello y que la voz de mi marido pidiéndome que volviera. Creo que no quería regresar. No quería volver a ser la que había sido. 

Ese espejo me ayudó a reconocer a las personas que me llenan de luz y me alejó de quienes no me valoran o me ofrecen un cariño que no se juega por mí.
El que me impulsó a buscar motivaciones para la vida, puso en pausa las preocupaciones y me hizo confiar en que el tiempo coloca cada cosa en su lugar. El que me enseñó que en dejar fluir está el secreto.
Ese espejo que siempre estuvo ahí, pero se empañaba con cada lágrima derramada por quienes no las merecían, o que se quebraba con enojo por cada verdad que no quería aceptar. En ese afán de querer que el otro fuera quien en realidad no era, yo me olvidaba de mí.
Ese espejo es el que hoy me devuelve mi imagen. Renovada, plena, en paz… 
Soy yo, la que tuve que decepcionarme mucho y tocar fondo para darme cuenta de que sólo era cuestión de tomar la decisión de ser feliz para sentirme así. La vida decidió arrebatarme muchos afectos para que pudiera descubrir que el hoy es lo único que en realidad tengo. Y a quienes eligen estar allí. El pasado ya no existe y el futuro ni siquiera sé si llegará.
Aprendí con los golpes y con los abrazos quién está conmigo y quién nunca estuvo. 
Fue un antes y un después. Me sentí libre de verdad, por primera vez en la vida. Me abracé y me escuché como nunca antes. Me desperté. Fue abrir los ojos sintiendo que ya no era la misma.
Desde ese momento, no me obligo a hacer nada que no quiera, ni siquiera a saludar por compromiso. 
Ayudo cada vez que puedo, y cuando no puedo, ya no. Y no siento culpa. Esa cuota ya la aboné con creces.
Antes era la molesta que decía siempre lo que pensaba, aunque esto fuera lo último que me convenía hacer. Ahora puedo poner pausa y pensar. El filtro funciona mejor de lo que hubiera esperado poco tiempo atrás. Puedo medir las consecuencias que eso provocaría en mí y, a veces, logro ponerles candado a las palabras para que no se escapen de mi boca si siento que el saldo no va a resultar a mi favor.
Aprendí a ignorar los prejuicios, el qué dirán. No me importa lo que el otro piensa si yo conozco la lealtad de mis sentimientos.
Pude apreciar que se me critica por eso. Y sin motivo también. Y ya no importa tanto la mirada del otro. A veces hasta me preocupa que me importe tan poco.
Soy feliz con cada pequeño gesto de reconocimiento. Pero no sufro si no llega porque ya no lo espero de nadie.
Hace tiempo que asumí que no puedo ser perfecta y ya no me preocupa. Hoy me asombra que antes lo intentara. Pude comprobar que, después de mis equivocaciones, el mundo sigue andando y logré un gran alivio por eso.
La vida me enseñó con crueldad que mañana quizá no esté viva y trato de aprender a disfrutar cada momento por pequeño que sea como si eso fuera a ocurrir. Cuando vuelvo a olvidar esa lección, el caprichoso destino insiste y me deja nuevamente de cara a la muerte de alguien cercano que me sacude y me coloca en eje otra vez. 
Amo mi vida sin reloj ni rutinas, sonrío al pensar que no tengo ningún plan al despertarme y que puedo elegir a cada minuto qué deseo hacer. Disfruto de estar sola, de leer, escribir, sentarme al aire libre, sin más plan que respirar mirando el cielo. Adoro mi casa del mar. La disfruto sola y acompañada. Los paseos por la playa con mi perra son de los mejores planes para mí. Adoro la hora de los mates con mi compañero de vida y los abrazos de reencuentro con mi hija. Compartir tiempo con mis padres y hermanos es uno de los placeres de mi vida. Y cuando mis sobrinas son de la partida la felicidad es completa. Esas comilonas en medio del bullicio que provocamos cuando todos hablamos a la vez son masajitos al corazón. 
Tengo unos pocos AMIGOS. De esos, así, con mayúscula. De los que están cerca en serio y se preocupan y ocupan de mí como yo de ellos. Eso también tuve que reaprender. Mi concepto de amistad no encaja con todos los que creía mis amigos. Soy la que estoy cuando me llaman y cuando no también. Siempre dispuesta a compartir lo que sea. No me importa la religión o idea política. Lo único valioso para mí es que estén cerca como yo estoy. 
En ese camino también aprendí en los últimos años más que en el resto de mi vida.
Ya no escribo a quien no me escribe, ni llamo a quien no me llama. Mucho menos visito a quien no muestra interés en ser parte de mi vida. Eso me ubica en una isla muchas veces, pero entendí que la soledad puede ser mejor compañía que mendigar cariño.
Tengo los afectos que necesito para vivir feliz, duelen los que fui perdiendo con el tiempo, pero ya no padezco los silencios y las distancias de los que decían estar cerca y, con suerte, me saludan para mi cumpleaños. Entendí que el otro puede elegir no seguir formando parte de mi vida o hacerlo a su propio modo, que, quizás esté lejos de lo que yo necesito. Y está en su derecho. Pero yo también puedo decidir si quiero que esté cerca si su presencia ausente no me suma o me lastima.
Sencillamente, soy la que elegí ser, la que pude construir en estos últimos años. La que transité caminos locos para conocerme mejor y hoy me siento orgullosa de la mujer en la que me convertí.
 No puedo ni quiero esconder lo que siento, lo que pienso, lo que esencialmente soy. Pero ya no me inmolo por nadie. Me costó muchísimo llegar a este presente y no lo cambio por nada. Antes que nadie, primero estoy yo. Eso ya no lo negocio. Era hora.
 Y antes que yo, sólo mi hija, siempre…


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